martes, 27 de febrero de 2018

¡Ya tengo pasaje a Ecuador! ¡Maduro PÚDRETE! y así fue el resto del viaje


Fase 3/4 ¡Y cruzamos a Cúcuta! ¡No era tan horrible como decían! ¿Dónde está Víctor? ¿Quién es Víctor?
            Y bien, sé que todos quieren saber cómo siguió nuestro viaje. Con lo difícil que había sido cruzar a Colombia los últimos días, la preocupación de todos era inminente; Para Gabriel era todo habladuría de la gente. Escondimos los “verdes” en lugares tan estratégicos que podríamos hacer cursos clandestinos para ello en Youtube. Lo mejor de todo es que nunca nos revisaron al cruzar la frontera y el paso al otro lado fue FÁCIL. Pero vamos por parte…
Dormí una hora y media, tiempo que pasó rápido y para cuando sonó la alarma de Gabriel ambos nos alistamos con tiempo de sobra y antes de la hora acordada ya estábamos en la entrada de la posada esperando por el bus que nos buscaría y donde estarían nuestros asesores de viaje. En la posada había otros inquilinos que también cruzarían y de otras partes empezaban a llegar personas provenientes de ciudades y pueblos, unos más lejanos que otros.
El bus llegó y el recorrido entre conversaciones, instrucciones de nuestros asesores y alcabalas cada vez más cercanas a la frontera, se hizo en poco más de una hora. En ese punto del viaje el grupo de extraños que se había subido en aquel bus con destino a Cúcuta, ya pasaba a ser una familia de viajeros que tenían como único fin salir de Venezuela en busca de un futuro lleno de oportunidades, esperanza y tranquilidad; todas ellas algo escasas en nuestra golpeada Venezuela.
Al salir del bus la cantidad de gente era impresionante. La oscuridad brindada al ambiente algo de inseguridad, incertidumbre, desconfianza a todo aquel que te mirara, que te ofreciera un pasaje, o llevar tu maleta. Nos tocaba caminar rápido y con nuestros ojos mirando en todas direcciones cual camaleón en plena selva. A medida que nos acercábamos a lo que sería la salida de Venezuela la multitud se aglomeraba y el camino era cada vez más estrecho. En nuestro nos topamos apenas un militar, quien nos pedía avanzar, avanzar, avanzar… aquel que se detuviera recibía su respectivo llamado de atención. – Lector, Estos funcionarios no son de la misma calaña que encuentras en carreteras, colas de supermercados ni peajes del país.
Seguíamos avanzando y en un momento Gabriel se desapareció entre la ola de gente pero no significando esto que nos perdimos uno del otro. Sabíamos a la perfección lo que debíamos hacer y el uniforme Scout era punto de referencia para ubicarnos. Es que mi amigo es un tanto bajito y la gente lo tapaba, a la par de eso me fui quedando atrás pendiente de otro miembro de mi grupo que venía pesado de bolsos, maletas y pare usted de contar… ¡Lo siento pero mi hermoso corazón no me permitía dejar a nadie del grupo atrás!
No se asusten… A los pocos minutos estábamos todos juntos. O casi todos. De pronto los asesores preguntaban por un tal Víctor y a excepción de mí nadie más lo recordaba. Los esperamos dando oportunidad de alcanzarnos pero nunca llegó. Nos encontrábamos  en un incómodo dilema: Seguir adelante porque así nos los pedían los militares a todo pulmón o esperarlo y soportar un poco más los gritos. Al final nos vimos obligados a avanzar y el siguiente punto era una inmensa plaza con muchos venezolanos esperando en una larga línea que horas después daría vueltas y vueltas a la plaza.
Mostramos nuestros pasaportes, organizamos nuestros bolsos en un sitio común y los asesores se quedaron con todo eso mientras formábamos para sellar el pasaporte que nos daría la salida de nuestra amarilla, azul y MUY ROJA Venezuela. – Los asesores 1000 % de confianza en ellos. Nos acompañaron hasta el final, o lo que se traduce a nuestro bus arrancando desde Colombia.
En todo nuestro viaje desde Ciudad Bolívar hasta Cúcuta, nos encontramos con gente que fue scout, que aún hacía vida en el movimiento o que de alguna manera mantenían relación con el escultismo. En más de una ocasión nos sacaban sonrisas y nosotros a ellos en conversaciones cortas y amenas respecto a nuestro viaje, uniforme, grupos, etc, etc…, cuando ambos pasaportes decían sellados y todo nuestro grupo estaba listo lo siguiente fue cruzar el tan mencionado puente que une/divide a Venezuela y Colombia.
Un camino largo. Bolsos, maletas, gente caminando rápido. Militares con otros acentos se escuchaban cada vez más próximos. Ciudadanos colombianos caminaban por la derecha y pasaban en menor cantidad, mientras que venezolanos por montón con pasaporte en mano listo para ser revisado someramente y seguir adelante hasta lo que sería – sí, finalmente. – Cúcuta.
            Lo primero es la satisfacción de haber cruzado la frontera tan fácil como poquísima gente podría decirlo. Esa emoción de “Lo logramos, mano”, vernos y querer decir “Maduro, púdrete”, solamente porque estábamos al otro lado y ya nadie de Venezuela nos podría detener… ¿Pueden entender lo que sentíamos? ¿Lo pueden tan siquiera imaginar? Pues, con fe espero que mi familia y amigos puedan algún día sentirlo también. Lo merecen sin duda.
La entrada a Colombia era una cosa que no se podía imaginar de otra manera. Mucha gente, tanto colombianos como venezolanos. Ventas y negocios de todo tipo. Si la economía era punto muerto allí, ahora eso era cosa del pasado pues cada día cruza una gran cantidad de venezolanos y seguro desayunan, almuerzan, cambian moneda y se preparan para el largo viaje; y probablemente me quedo corto.
Datos curiosos
Los militares son amables, se hacen respetar sin imponer el uniforme verde que llevan. Están al pendiente de casos especiales como abuelit@s, mujeres embarazadas y mujeres con niñ@s para que pasen directo al sellado del pasaporte.
La cola del sellado del pasaporte fue un tanto más lenta, nunca supimos por qué pero lo era. El calor era potente. Pero las baterías estaban cargadas y los ánimos al tope. Y en determinado momento nos dieron hidratación. A todos en la cola. – Ni en Venezuela nos dieron tantas atenciones al salir.
El gobierno tiene tres centros de atención para venezolanos:
·         Un centro de comunicación donde puedes cargar tu teléfono, hacer llamadas nacionales y conectarte a wifi para que te comuniques con familiares y amigos.
·         Un centro de primeros auxilios. Ya ustedes saben…
·         Un refugio con hasta 200 camas para aquellos que no tuvieran donde quedarse y tuvieran que quedarse porque su pasaje no era para el mismo día. ¿Único requisito? Pasaporte sellado y boleto en mano.
¿Dónde quedó Víctor? No creas, lector, que nos olvidamos de Víctor. Él nos encontró en la cola del sellado de pasaporte, ese que nos da salida de Venezuela. De ahí en más, nadie más desapareció ni se separó del grupo.
Compramos pasajes, almorzamos, cambiamos moneda y… ¡Nuestro bus al fin rugía motores!
¡Bienvenidos a la fase 4/4!
            Fase 4/4 ¡Viajando desde Cúcuta a Ecuador! ¿Necesitamos un alambre? ¡No hay alcabalas necias! ¡Qué curvas tan horribles!
Puede ser la fase más larga, la más agotadora, donde algunos más dormían y otros más se mareaban pero era la fase final y la recompensa era jugosa. Otros en cambio irían a Perú y Chile, destinos todavía más lejanos que el nuestro.
Para empezar la única queja que tengo del bus era el poco espacio entre asientos, considerando el largo tramo que recorreríamos sentados y que además no soy tan “bajito” como la mayoría L. A ver, teníamos conexión WIFI, un conector de corriente por cada dos asientos, a veces música, en ocasiones películas.
El viaje es largo sí, pero se resume en montañas y montañas, curvas y más curvas, caminos empinados, con calles tan angostas que no terminas de entender como un camión inmenso y este bus que no se le queda atrás pueden pasar en plena curva cada uno por su lado sin darse un “besito”. Así que dejando claro eso pasemos al siguiente día.
Ya se veían avenidas, automóviles, buses escolares, gente que iba a sus trabajos o venía de ellos; un clima bello, paisajes hermosos, siembras de todo tipo, pequeños ríos, lagos o lagunas, animales de granjas; en el bus la gente hablaba, mandaba sus mensajes, comía una galleta, o se impacientaba por el almuerzo. Después de varias horas ya estábamos estacionando para bajarnos, estirar nuestras largas piernas – Las mías. – ducharnos y almorzar.
¡Malas noticias! Gabo y yo no nos pudimos duchar. – hey, no le tenemos fobia al agua. A ningún pasajero le dijeron que llevara la ropa de cambio en el bolso de mano. Lo peor de todo es que bajaron maletas a modo de favor para sacar ropa y cuando llegamos a la labor ya habían cerrado y lo único que nos dijo el chofer es que ya había cerrado y todo era un desastre. – Tampoco era fin de mundo…
Esperamos entonces por nuestro almuerzo que estaba bastante rico. Gabo seguía sin comer tanto por su malestar de estómago por lo que yo remataba. Su ensalada se sentía como que estaba llegando a su fin así que no me la comí. Nos tomamos fotos, conversamos, compramos dulces, helados, con los pesos que me quedé que realmente no necesitaría pero como dicen: Mejor prevenir que lamentar.
El bus arrancó una vez más y en menos de lo que imaginan de nuevo las curvas, los caminos serpenteantes, igual o peor que la ida a Sucre o Mérida. Me la pasé casi todo el viaje hablando con la vecina, una joven de Mérida que se dirigía a Ecuador también pero con destino a Quito. – Si me conoces sabes que no me cuesta nada hablar con la gente.
Comí naranjas tan jugosas que apenas la chica la sacaba de su bolso me provocaba estornudos, arepas andinas tan deliciosas que recordé mi viaje a Mérida en 2015, dulce de lechoza, galletas de avena, y tanto más que lo único que faltaba en ese bolso era la madre de la chica. – Es cierto que se iba a un viaje largo y entendible que su madre quisiera que se fuera preparada y con todo eso para recordarla en el camino y un poco más.
Dormir, comer, dormir, comer… medio conversar con mi familia gracias a la chica que me prestaba su celular. Dormir, comer, dormir y comer… Las horas pasaron. Pasaron. El bus rodó. El clima era frío. Mucho más frío. Los mortales no lo toleraban. Estábamos en plena frontera.
Tuvimos que salir del bus, guardar maletas en la agencia de viaje, sellar pasaporte de salida de Colombia. A continuación pasar al lado de Ecuador. Sellar pasaporte de entrada donde a varios les dijeron la cantidad de días que tenían permitido. A mí como siempre me tocó el más cordial, amable, sonriente de los que allí atendía.
-        ¡Buenos días! – El hombre todo sonrisa en el rostro. – ¿Hacia dónde se dirige?
-        ¡Guayaquil! – Fue mi jovial respuesta. Una palabra sincera, serena, sin duda en mi voz. Aunque por dentro la adrenalina a mil.
-        ¡Bienvenido! – Nuevamente toda su cordialidad y amabilidad reflejada en el rostro. – ¡Bienvenido a Ecuador! ¡Qué disfrute!
Al salir descubro que a todos les hicieron prácticamente una entrevista de semblanza y que también les habían dado 30 días, 35 días, 42 días, como tiempo límite para salir del país sin ser un ciudadano irregular. Yo estaba con la duda, pero viendo el pasaporte una y otra vez, se logra ver un 180 en la cantidad de días, allí, justo donde sellan la entrada a Ecuador. – ¿Significará algo querido lector?
Algunos desayunaron en Colombia pagando con pesos y otros en Ecuador pagando en dólares. Yo seguía comiendo pan con mortadela – Aquella que compramos en Táchira y que Gabriel probó apenas una o dos veces. – Después de un buen rato, de fotos, de reírnos por la cortina visible de aire que salía de nuestras bocas producto de tanto frio… Ya era el momento de seguir adelante.
De nuevo con maletas en mano caminamos donde nos esperaba pequeñas busetas que nos llevarían a un terminal no tan lejos de la frontera. Allí nos esperaba – Y me sorprendió. No lo sabía. – un almuerzo antes de partir a Guayaquil. El almuerzo muy rico también – Aunque muchos dicen que todo lo que sea comida yo lo encuentro delicioso. No concuerdo con eso pero me parece gracioso que lo digan. –
Ecuador muy bonito, pasajes hermosos, naturaleza como en Venezuela, como en Colombia, como en nuestra parte del continente pues. – Sabes, todo eso que quisiera tener el norte. – La gente chévere, es la palabra que más uso y aún en Ecuador sigo usan mis palabras venezolanas favoritas pero epa, no puedo decir bolsa. Acá la palabra correcta es funda. – La bolsa es donde van nuestras canicas masculinas. ¿Si entienden?
En esta parte del viaje nos tocó despedirnos. El corazón se nos puso chiquitico porque no nos conocíamos en Venezuela pero emprendimos esta aventura juntos y eso en otro país te genera un vínculo bastante fuerte. Somos hermanos venezolanos. Un bus iba directo a Guayaquil. Otro seguiría la ruta de América, es decir lo que iban a Perú y Chile. Y un tercero iba por Quito. Después de buenos deseos, abrazos, y miradas llenas de sueños y promesas por cumplir, embarcamos de nuevo, por enésima vez en un bus. Nuestro destino: Guayaquil.
Este bus también contaba con WIFI, pero no con tantos conectores de corriente para cargar los celulares así que el duelo fue campal para cargar. – Estoy exagerando, jaja. Sólo al principio. – Colocaron música variada, mejor que la del bus en Colombia. Avanzada la noche el chofer con más experiencia, y lo asumo por su edad, se fue a dormir en su habitación secreta en la parte del bus. Un par de horas más tarde todos tuvimos la sensación que los que quedaron al volante tomaron el camino equivocado y aunque no nos dijeron nunca qué pasó la cara del chofer al despertarse y caminar lo dijo todo. El tiempo de viaje fue más del usual.
A las 4.30 am llegamos por fin al terminal de Guayaquil. Un enorme edificio de 3 pisos, con tiendas de todo tipo adentro y estacionamiento de arriba hasta abajo y a los alrededores, donde adicionalmente pasan las rutas urbanas por el lado no tan externo del terminal. Es el equivalente a un Orinokia o un Sambil de 3 pisos. Esperamos dos horas y nuestro amigo y hermano Scout Ángel nos fue a buscar. Tomamos un bus y en una hora más estábamos en lo que sería nuestro nuevo hogar.
Lector, gracias por leerme, por no aburrirte, o si te aburriste, por llegar al final de la historia. Espero hayas vivido nuestro viaje a través de mis palabras. Lo siento por no haber podido escribir tanto durante el viaje, a veces no tan a tiempo, tuve complices en Venezuela, incluso en Miami, que avisaban a mi familia, que publicaban en mi Facebook las fases. Ya saben, no tener teléfono en una situación así, lo es prácticamente todo.
¿Datos curiosos?
Creo que en casi todos lados hay WIFI de la alcaldía de libre uso con límite de 45 minutos, a veces más.
Apenas te ven te dicen “chamo”. Eso somos los venezolanos acá. No en mal sentido, al parecer les agrada la palabra, nuestro acento, nuestro dialecto.
Compramos nuestras primeras cosas. El proceso es lento pero ahí vamos. Somos una familia de tres. Somos hermanos Scouts. Estamos estableciendo nuestras normas de convivencia y lo demás se irá viendo con el pasar del tiempo.
Esos que dicen tener un mes acá y no haber conseguido empleo, no los entiendo. Sobra todo tipo de trabajo. La jornada es fuerte, a veces hasta más de lo que debería ser en este país.
Al final de Colombia y principio de Ecuador me dio fiebre, gripe y todo el combo completo de malestar general. Hoy 27 de febrero, me estoy recuperando.
¿El alambre? Bueno, no… no es necesario. La rayita no se borra.
J
¡PAZ!

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